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Los viajes relatados aquí están ligados a un único itinerario, como si una tinta indeleble trazara a tientas la senda que el personaje recorre a ciegas. Cada vez que la protagonista se lanza a la aventura -entre países, ciudades o unas pocas calles- lo hace pensando que evita algo, que establece una pausa indispensable. Su premisa es que el dolor exige y genera su capa protectora, la distancia. Y la busca. Pero la ansiada fuga no adviene, el plan fracasa una y otra vez: lo que evade resurge con disfraces insospechados.
Nora intenta huir de un país saturnino que devora a sus hijos pero, una y otra vez, esa escena y sus pliegues vuelven a imponerse. Sin embargo, desde el revés de la trama (donde la narradora arma su relato) el intento de escapar se vislumbra como encuentro con una dimensión reconocida. La mirada revela, en este caso, que es la memoria la que se niega a ser abandonada y que ciertas almas están destinadas a cobijarla.