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AUTOBIOGRAFÍA DE UN HETERODOXO
He aquí un libro insólito en estos tiempos de grandes pesadumbres y de miradas temerosas hacia el futuro: un libro alegre y optimista. Bienvenido sea. Se trata de la autobiografía del gran historiador norteamericano Howard Zinn, ya conocido por nosotros por su excelente obra La otra historia de los Estados Unidos, que aquí nos cuenta su propia vida -se hace historiador de su propia historia- y lo hace en términos que literariamente podrían asociarse a los de un buen libro de viajes y aventuras. Los cuales y las cuales han transcurrido, los unos, y ocurrido, las otras, sobre todo por los Estados Unidos de Norteamerica, en cuanto que él ha sido, y sigue siendo (¡y ojalá lo sea aún por mucho tiempo!), un gran maestro itinerante, una especie de nómada de la crítica política y de la agitación social, siempre de aquí para allá en su cátedra ambulante, si bien en un momento de su vida fue reconocido, en razón de la fuerza intelectual de sus trabajos, como profesor titular de la Universidad de Boston, que desde entonces fue el centro de sus operaciones, entre las que se cuentan misiones muy importantes como el viaje a Hanoi, con el sacerdote Dan Berrigan, durante la guerra de Vietnam, a instancias del gobierno vietnamita, para la entrega de unos prisioneros, decidida por aquel gobierno como un gesto de buena voluntad hacia el gobierno norteamericano que los masacraba sin piedad.
Este libro se lee, efectivamente, con la pasión con que puede leerse un gran libro de aventuras, que en este caso son también las aventuras interiores del protagonista. Él nos cuenta con toda sinceridad su vida, desde que, ante la guerra contra Hitler, su pasión antifascista lo condujo a ser aviador militar -y destinado como bombardero- en Europa, hasta que su toma de conciencia contra la guerra, y la profundización de sus sentimientos a favor de la justicia (la radicalización de su pensamiento, en suma), lo convirtió en un activista infatigable por los derechos civiles de los negros americanos en aquellos años heroicos, y en un combatiente contra la guerra de Vietnam; lo que, en el curso de su vida, lo condujo a todo tipo de situaciones comprometidas, como perder su trabajo en el Colegio Spelman de Atlanta o conocer la infamia y la miseria de las cárceles.
Entre sus muchas aportaciones a aquellas luchas están, desde luego, sus libros, pero también su presencia física en las universidades, en las calles y en las salas de los tribunales -a veces como imputado, otras como testigo-, ante los que tuvo ocasión de defender, por ejemplo, el derecho a la desobediencia civil, afirmando valerosamente, la diferencia -y aún la oposición- que se da tantas veces entre la legalidad y la justicia.
Estas páginas vienen densas de acontecimientos, algunos muy divertidos, otros patéticos, y todos contados desde una alegría fundamental ante la vida y de un ánimo invulnerable frente a los desmanes de los Gobiernos y de la Policía norteamericanos. La figura de Zinn, al poco tiempo, adquirió la notoriedad de lo verdaderamente popular, e intelectuamente se situó en el más alto nivel universitario. Quien había sido un chico pobre, hijo de un camarero, obrero en los más pesados e indeseables oficios, una flor más de la emigración europea y judía en el Lower East Side de Nueva York, adquirió su "conciencia de clase" en estos medios proletarios y subproletarios. Su conocimiento de la existencia humana en los más distintos niveles sociales, lo situaron en las condiciones que le permiten disponer de una base de información que no es fácil de adquirir en estas sociedades, cada vez más abocadas a la especialización y a la división inmoderada del trabajo, incluso dentro de las mismas especialidades universitarias, en las que un estudiante de sociología puede graduarse sin saber ni una palabra sobre Marx, por ejemplo.
Howard Zinn está en los antípodas de esta concepción "universitaria", y, desde luego, se ve que él fue para sus estudiantes un maestro de la práctica moral, social y política, además de un enseñante universitario de Historia. El día de su jubilación -nos los cuenta en su libro-, dedicó los últimos minutos de su última clase a irse a una manifestación con sus alumnos.
Roke Aldekoa